jueves, 19 de marzo de 2015

La clase obrera va al paraíso

 
La clase obrera va al paraíso
por Enrique González Rojo

Una vez me enamoré de una trotskista,   
Me gustaba estar con ella 
porque me hablaba de Marx, 
de Engels, de Lenin, 
y, desde luego, de León Davidovich.   
Pero, más que nada 
porque estaba en verdad como quería.   
Tenia las piernas más hermosas de todo el   
movimiento comunista mexicano. 
Sus senos me invitaban 
a mantener con ellos actitudes 
fraccionales. 
Las caderas, que eran pequeñas, redondas,   
trazadas por no sé qué geometría lujuriosa   
lucían ese movimiento binario 
que forma cataclismos en las calles populosas.   
Un día, cuando 
me platicaba que: 
«Lenin había visto con lucidez 
que la época de los dos poderes llegaba a su fin», 
yo le tomé la mano; 
ella continuó: 
«pero el problema básico 
era la concientización de los soviets».   
Yo no despegaba los ojos de sus senos.   
Un botón de audacia meditaba 
y me vuelvo un hombre rico. 
Y ella proseguía: 
«había que reforzar el papel de la vanguardia». 
No me pude contener 
y la estreché a mi cuerpo 
con la boca de cada poro mío 
buscando otros iguales en su carne.   
Y ella: «Lenin había previsto que...»   
Y yo ataqué el botón de su camisa   
y me puse a jugar con la blancura.   
Y mi trotskista, con la voz excitada:  25 
«los mencheviques estaban 
en minoría ya en los consejos».   
Y yo, con decisión, 
le fui subiendo poco a poco la falda, 
como quien deja de hablarle de usted a un ángel.   
Se hizo un silencio. 
Un silencio para disfrutar 
del pequeño burgués abrazo   
que abre la toma del poder por el orgasmo.

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