Merecedor del Premio Rómulo Gallegos 2015 por su novela ‘Tríptico de la infamia’ el autor santandereano, quien es escritor asociado a la red RELATA, habla sobre algunos aspectos de su obra.
Como un hecho simbólico calificó el escritor santandereano Pablo Montoya, haber recibido el anuncio del Premio ‘Rómulo Gallegos’, durante su estancia en Mar del Plata, Argentina. “Estoy aquí gracias a un congreso realizado por la Universidad de la Plata, donde me desempeño en calidad de profesor invitado. Se trata de un centro académico de gran prestigio literario por el que han pasado personalidades como Pedro Henríquez Ureña, Ernesto Sábato o José Luis Romero, y donde también estudió Ricardo Piglia. Fui invitado por un grupo de amigos que valora mucho mis libros y ha sido muy especial recibir el anuncio de haber ganado el Premio en esta ciudad”, dijo el escritor.
Montoya es profesor de literatura de la Universidad de Antioquia y ya ha publicado libros de cuentos, ensayos y novelas, entre los que destacan La sed del ojo (2004), Lejos de Roma (2008) y Los derrotados (2012). Entre sus logros se destaca la beca para autores extranjeros otorgada en 1999 por el Centro Nacional del Libro de Francia por su libroViajeros. Dos años más tarde ganó el Premio Autores Antioqueños por su libro de cuentos Habitantes, al que siguió Réquiem por un fantasma, Premio Alcaldía de Medellín 2005. En 2007 ganó la beca de creación en cuento de la Alcaldía de Medellín por El beso de la noche, y en 2008 obtuvo la beca de investigación otorgada por el Ministerio de Cultura. El autor galardonado es además escritor asociado a la Red de Escritura Creativa de RELATA del Ministerio de Cultura.
Su novela Tríptico de la infamia relata las complejas relaciones entre el Viejo y el Nuevo Continente en los primeros años de vida de América, con el convulsionado siglo XVI como telón de fondo.
Un Premio, una novela
¿Qué lo llevó a escoger Europa para desarrollar la trama de Tríptico de la infamia?
Esta es una novela que trata sobre las relaciones entre el artista y una sociedad tras ser embestida por grandes tribulaciones, como lo fueron en su momento las guerras religiosas y el exterminio indígena producto de la conquista de América. Temas que por otra parte siempre han acompañado a los seres humanos, y que pese a desarrollarse en una época lejana tienen mucha vigencia en este momento, porque vivimos en un mundo asediado por los extremismos religiosos: pensemos en los atentados al Charlie Hebdo o aquellos perpetrados por el Estado Islámico.
De tal manera que se trata de una novela que busca reflexionar sobre esa permanencia cultural de carácter nefasto en la que todavía estamos imbuidos, en la que prefiero desvincularme de los problemas de Colombia para concentrarme en los del hombre en general.
¿Cómo surgió la idea de escribir esta novela?
Soy un escritor al que interesa sobremanera la relación entre la literatura y el arte: la música, la pintura, la fotografía; vengo trabajando alrededor de estos temas desde hace mucho tiempo, y algunos años atrás me encontré con tres pintores muy desconocidos, casi fantasmales, del siglo XVI –Le Moyne, Dubois, De Bry-, quienes fueron perseguidos por motivos religiosos. Los tres eran protestantes. Poco a poco fui metiéndome en sus vidas, procurando reflexionar sobre sus obras, y progresivamente fui construyendo un tríptico protagonizado por estos pintores, de tal manera que entre los tres se teje una mirada a partir de la pintura de estos grandes conflictos sociales, que además considero fundacionales en la historia de América Latina.
¿Hubo algún detonante?
Fui descubriendo algunas cosas de estos tres artistas, pero el primer impacto tuvo un carácter visual que luego estuvo acompañado de un proceso de investigación y de escritura en el que para el caso de esta obra tardé mucho tiempo: comencé a escribirla hacia 2010 y la terminé cuatro años más tarde. Fue una novela que por fortuna me permitió viajar mucho gracias a una serie de becas que me permitió recorrer varias ciudades de Europa en procura de seguir la huella de estos pintores. Luego siguió todo un proceso de plasmar esta investigación en el papel, así como de ir estructurando el texto definitivo a partir de muchas correcciones.
En las que se permite algunas licencias…
La novela histórica es un artefacto eminentemente literario que no debe leerse como un libro de historia, aunque también este tipo de textos debe abordarse con suma precaución porque se trata de discursos del lenguaje que de alguna manera constituyen una manipulación del pasado. En la novela histórica el escritor tiene mucha más libertad para inventar, transformar y cambiar, aunque con la constante preocupación por mantener cierta verosimilitud que pueda ser trasmitida al lector: así es que la novela está llena de anacronismos, junto con la presencia constante de un narrador del siglo XXI. No tengo problema en inventar el pasado.
¿Qué tan riguroso fue este proceso de investigación que lo condujo a escribir Tríptico de la Infamia?
Debido a que soy profesor universitario inicié un acercamiento a través de académicos franceses, ingleses y alemanes que se han dedicado a estudiar la obra de algunos estos pintores; leí, vi algunas de sus obras y después comencé a consultar algunos archivos, en particular el de Lieja (Bélgica), donde nace uno de ellos –Théodore de Bry- y en cuya Universidad hay una galería que me sirvió mucho. Como además quería mostrar un panorama pictórico del siglo XVI visité muchos museos de Alemania, Francia, Holanda y España, acompañado de la lectura de las novelas históricas que se han escrito sobre esa época en Europa y América Latina, con el fin de informarme respecto a la manera como un escritor contemporáneo recrea ese pasado.
¿Álvaro Mutis, por ejemplo?
Álvaro Mutis es un escritor a quien yo aprecio mucho, particularmente en lo que se refiere a su obra poética y sus primeros cuentos, así como en su novela breve de La mansión de Araucaíma, o La muerte del estratega –un cuento histórico, a su modo, que retrata la historia de un personaje en la antigua Bizancio-. Aunque para el caso de Colombia también está, por supuesto, William Ospina y su trilogía sobre la conquista –Ursúa, El país de la canela y La serpiente sin ojos-; novelas que en su momento reseñé y critiqué.
Trilogía respecto a la que su novela guarda una gran distancia…
Hay una gran diferencia en el tono y la manera como se celebra ese periodo, que para el caso de Ospina tiene un carácter celebratorio del que yo no hago uso, en la medida que Tríptico de la infamia parte de una certeza: la conquista de América fue un gran crimen en el que no hubo un solo trazo de epopeya o de grandeza. De allí venimos: ese crimen nos dejó nuestra lengua y toda una serie de tradiciones que no creo deban ser motivo de encomio.
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