Tres historias de vida que prueban que el idioma y
la educación cambian realidades
Tímida, sentada en
la última fila de uno de los salones del Colegio
Distrital La Arabia en Ciudad Bolívar,
la pequeña Isigra le da los últimos
retoques a un colorido dibujo en el que cada árbol y animal selvático tiene su
nombre en dos idiomas. Está en clase de
español, pero no en la típica clase que tomaría una niña de diez años como
ella. Aunque Isigra es tan colombiana como cualquiera, el español no es su
primera lengua. De hecho, hasta hace algunos meses no lo hablaba. Al fin y al
cabo en su hogar, del que tuvo que salir desterrada por la violencia antes de
llegar a Bogotá, todos se comunican
en wounaan
meu, una de las lenguas
indígenas que subsisten en el Chocó. Ahora, aunque todavía añora su casa a orillas
del imponente río San Juan, no sólo está feliz aprendiendo español en el
colegio sino que además se ha convertido en una especie de maestra para algunos
de sus compañeros mestizos que ven con interés su cultura indígena y quieren
aprender más de ella y de su idioma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario