martes, 15 de noviembre de 2011


La mujer de los condenados


Por Javier Correa Correa

 —Dice que va a complacerme en lo que quiera. Bueno, mi última voluntad es hacer el amor —me dijo. Olía feo, llevaba más de una semana huyendo por entre los matorrales, comiendo raíces y pellizcando la esperanza de eludir el rastrillo. Nueve días exactos, con sus atardeceres y madrugadas. Nosotros nos turnábamos para dormir, pero él tenía que relevarse solo. Imagino que descansaba un ojo mientras vigilaba con el otro, turnaditos. Y aunque yo comandaba la patrulla, me hubiera gustado que escapara, porque era de esos hombres que necesita cualquier país. Pero estaba del otro lado. Y ahora está muerto.
Hacía cinco meses nos disputaba el territorio y en varias escaramuzas nos había golpeado. Digo nos, pero en realidad debo decir les, porque yo llegué al final, a reemplazar el mando. Al teniente Pérez le pidieron la baja y a mí me tocaba, como fuera, capturar o matar a Vicente Arboleda. Lo capturé y lo maté, luego de un juicio marcial en el que la única posibilidad era la condena. Él lo sabía y no intentó defensa alguna. Siempre se declaró inocente, pero no negó los cargos: para él no eran delito sino justicia. Pretendió decir que los delincuentes éramos nosotros y hoy creo que sí. Aunque nosotros ganamos. Debo decir, mejor, los derrotamos.
La anterior es la primera parte de mi novela La mujer de los condenados, finalista en el Premio Nacional de Novela del Instituto Distrital de Cultura y Turismo, y publicada por eLibros Editorial (http://www.elibros.com.co/) en la Colección Sur. Si le interesa continuar la lectura de la novela, puede adquirirla en http://www.amazon.com/dp/B005AA8XPO
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