por ANTONIO SANGUINO
El fantasma del Caguán ha resucitado. El pronunciamiento de “Timochenko” invitando volver a la agenda del malogrado proceso de diálogo entre el gobierno Pastrana y las Farc disparó las alarmas. Y no es para menos. En el imaginario de buena parte de los colombianos dicho proceso se entiende como el contraparadigma en la búsqueda de la paz. Tanto que la elección de Uribe como presidente en el 2002, y su reelección en el 2006, se le atribuye al rechazo mayoritario de la sociedad a esta frustración.
Algunas voces han saltado a aclarar que cuando el nuevo comandante de las Farc propone “volver al Caguán” no está hablando de la zona de despeje de 42 000 kilómetros otorgada por el gobierno de entonces a esta organización guerrillera. Y quizás tienen razón. Seguramente, Timoleón Jiménez o “Timochenko”, está proponiendo un escenario de conversaciones sobre los temas que comprometen el presente, el futuro y hasta el pasado remoto de la sociedad colombiana. Diálogo, sin despeje territorial como prerrequisito, puede ser un buen comienzo para ilusionarnos de nuevo con una solución negociada al conflicto.
Pero resulta que el fracaso del Caguán no se lo debemos solo al despeje territorial. También a la agenda. Y el exceso de generosidad del gobierno en ambos asuntos fue respondido con soberbia por las Farc. La soberbia pudo desplegarse a sus anchas porque se sentían y actuaron como dueños y señores de un territorio que no fue precisamente un laboratorio de paz. Y sobre todo, porque la guerrilla tuvo la ilusión de que su negociación era por fin la esperada oportunidad para re confeccionar por completo el Estado Colombiano. El modelo de negociación estimuló el maximalismo fariano. Y en la orilla opuesta, activó la tacañería de los sectores refractarios a los cambios. Los que quieren una paz barata o una eliminación militar del adversario.
Por fortuna el gobierno del presidente Santos entendió que se requieren reformas para terminar la confrontación armada. Que la superación del conflicto no es un mero asunto militar. Y que el problema agrario está en el corazón de sus causas. Ha tenido la audacia de no dejar que la restitución de tierras o el desarrollo rural queden a expensas de una negociación con las guerrillas. Y ha comprendido que colocar el Estado del lado de las víctimas y sus derechos es una enorme cuota inicial para la paz que viene. Y es una anticipación del postconflicto.
Algunas fórmulas se empiezan a plantear para ambientar un nuevo proceso de conversaciones. En cualquier caso se deben evitar los santuarios armados y exigir a la guerrilla gestos de hondo calado como condición para iniciar conversaciones. La liberación de los secuestrados y la proscripción del secuestro sería un buen comienzo. Y acotar la agenda a temas que puedan ser materia de acuerdos que desactiven definitivamente el conflicto. El punto final debe ser la reincorporación de las guerrillas a la vida civil, mientras el Estado sigue asfixiando la guerra con reformas. Así, descaguanizamos la paz.
@antoniosanguino
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