sábado, 1 de julio de 2023

MENTIR Y MANIPULAR

 Por: ÁLVARO HERNÁNDEZ V.  

Durante las últimas semanas, ciertos periodistas nacionales conocidos, y las cadenas de radio y televisión que dominan nuestro dial, se hicieron noticia ellos mismos. Se quejan “por el ataque” que sufrieron unos reporteros en las marchas convocadas por el presidente en apoyo a las reformas de su programa de gobierno, y por el “ánimo hostil” que cunde contra los medios de comunicación.

En realidad, les duele que la gente haya marchado llevando una pancarta con los logos de RCN Radio, Blu Radio, Caracol Radio, Semana, El Tiempo, La W, La FM, y un par más. ¡Ésos son!, gritaban, acusándolos de mentir y manipular. Hice una foto de la pancarta en la calle veintiuna con séptima en Bogotá. Y la FLIP, financiada en parte por esos mismos medios, a través de sus representantes locales (que parecen haber hallado allí su primer empleo), rechazó “las agresiones de los manifestantes contra cinco periodistas en Bogotá, Medellín y Barranquilla”.

Es cierto. Fueron insultados cinco reporteros de los medios retratados en la pancarta. Vendidos y mentirosos, les gritaron, y les manotearon el micrófono. Nada más. Sin embargo, voces muy conocidas de esos canales han dicho que corren peligro, recordando que muchos periodistas murieron después de ser amenazados. Eso también es cierto, aunque nunca murieron luego de haber sido “amenazados” en una marcha callejera. Murieron por orden de bandas criminales y organismos secretos; la misma vaina. El gobierno Petro critica, no persigue periodistas. La justicia probó, en cambio, que el gobierno Uribe “chuzó” desde la casa presidencial a ciertos periodistas e influenciadores; y fue público que en el cuatrienio Duque se clasificaron entre “positivos” y “negativos”, sirvieran o no a los fines de ese gobierno.

Ahora, los periodistas “positivos” de Duque se incluyen en “la agresión” callejera, equiparándose con la persecución verdadera que sufrieron desde el Estado o las mafias, otros colegas y otros medios no retratados en la pancarta. Un dato para recordar. Porque Néstormorales, Vickydávila, Sanchezcristo, Gustavogómez, Juanlozano, y los de su talla, jamás han sido perseguidos por los servicios secretos del poder. ¿Por qué hacerlo, si tan servilmente justifican o minimizan el daño de sus peores acciones?

No es lo mismo que un exaltado en la calle me insulte y trate de impedir que haga mi trabajo, mamado de la información que trasmite la empresa que me paga; a que me amenace un funcionario secreto del Estado, o las mafias. Pero esos mismos periodistas ven iguales las dos cosas. Y declarándose víctimas exigen al presidente, “no exponerlos” al público con sus críticas generalizadas. Él, ni la marcha, generalizaron: señalaron con su nombre a los que acusan de acomodar y torcer la información. Y viendo crecer el desprestigio de Semana, Ella, después rogó en Twitter: “No nos dejen solos…”

La gente grita en las calles, sí. Y de las calles sube un resquemor contra esos canales que zarandean con descaro a la opinión pública desprotegida. Porque antes de la última década, no conocimos el bombardeo constante y masivo que ahora cae sobre nosotros desde los periódicos, la radio, la televisión y la internet. Aguantamos el impacto de la información en bloque con un solo punto de vista, y la misma intención. Es una gavilla mediática que se hizo más fogosa, audaz y visible, desde que la democracia eligió un presidente con un programa resuelto a “tocar” los bolsillos y los privilegios intocables de ciertos sectores. No contaron con que la gente descubrió el concierto y comenzó a rebelarse, reclamando el derecho constitucional a recibir información veraz. Piensan que la prensa que acusan, es la voz del poder que cierra el paso a la marcha del cambio.

Una prensa propiedad de inmensas compañías extranjeras, como Prisa, o de capitales nativos como Sarmiento Angulo, Santodomingo o Gilinski, que por la enorme diversidad de negocios adentro y afuera del país, sólo usan el periodismo como una inversión estratégica para incidir en la opinión pública, proteger sus intereses, y sostener en el poder a sus serviciales. Por ello la gente carga con el emblema de esos canales por la calle, desacreditándolos. E insultan a ciertos periodistas por sus nombres: los que recitan el derecho a la libertad de prensa; no el deber de informar verazmente. En las marchas del pasado gritábamos frente a los edificios de los diarios: ¡Ahí están ésos son los que venden la nación! Nos gustaba creer que sus dueños nos escuchaban, y que podíamos causarles alguna inquietud. E insultamos a sus reporteros de mierda, claro está. Escuché a los manifestantes de hace días repetir aquello con menos fe. Saben que no tienen “enfrente” a los propietarios de los grandes medios para gritarles nada. Que es peor.

Por lo que he dicho y por lo que no, por lo que cada quien agregue desde su saber y su sentir, me parece cierto que en Colombia hay un ánimo hostil merecido que cunde contra las empresas de comunicación estampadas en aquella pancarta llevada entre una multitud. Y creo que tenemos un recurso defensivo no ensayado en masa: no escuchar esos tipos, no ver esas tipas, no dar clic, frenar el dedo, y ya. ¡Hay que dejarlos solos!

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