Por: ÁLVARO HERNÁNDEZ V.
Durante las últimas semanas, ciertos periodistas
nacionales conocidos, y las cadenas de radio y televisión que dominan nuestro
dial, se hicieron noticia ellos mismos. Se quejan “por el ataque” que sufrieron
unos reporteros en las marchas convocadas por el presidente en apoyo a las
reformas de su programa de gobierno, y por el “ánimo hostil” que cunde contra
los medios de comunicación.
En realidad, les duele que la gente haya marchado
llevando una pancarta con los logos de RCN Radio, Blu Radio, Caracol Radio,
Semana, El Tiempo, La W, La FM, y un par más. ¡Ésos son!,
gritaban, acusándolos de mentir y manipular. Hice una foto de la pancarta en la
calle veintiuna con séptima en Bogotá. Y la FLIP, financiada en parte por esos
mismos medios, a través de sus representantes locales (que parecen haber
hallado allí su primer empleo), rechazó “las agresiones de los manifestantes
contra cinco periodistas en Bogotá, Medellín y Barranquilla”.
Es cierto. Fueron insultados cinco reporteros de los
medios retratados en la pancarta. Vendidos y mentirosos, les gritaron, y
les manotearon el micrófono. Nada más. Sin embargo, voces muy conocidas de esos
canales han dicho que corren peligro, recordando que muchos periodistas murieron
después de ser amenazados. Eso también es cierto, aunque nunca murieron luego
de haber sido “amenazados” en una marcha callejera. Murieron por orden de bandas
criminales y organismos secretos; la misma vaina. El gobierno Petro critica, no
persigue periodistas. La justicia probó, en cambio, que el gobierno Uribe “chuzó”
desde la casa presidencial a ciertos periodistas e influenciadores; y fue
público que en el cuatrienio Duque se clasificaron entre “positivos” y
“negativos”, sirvieran o no a los fines de ese gobierno.
Ahora, los periodistas “positivos” de Duque se incluyen
en “la agresión” callejera, equiparándose con la persecución verdadera que
sufrieron desde el Estado o las mafias, otros colegas y otros medios no retratados
en la pancarta. Un dato para recordar. Porque Néstormorales, Vickydávila,
Sanchezcristo, Gustavogómez, Juanlozano, y los de su talla, jamás han sido
perseguidos por los servicios secretos del poder. ¿Por qué hacerlo, si tan servilmente
justifican o minimizan el daño de sus peores acciones?
No es lo mismo que un exaltado en la calle me insulte y
trate de impedir que haga mi trabajo, mamado de la información que trasmite la
empresa que me paga; a que me amenace un funcionario secreto del Estado, o las
mafias. Pero esos mismos periodistas ven iguales las dos cosas. Y declarándose
víctimas exigen al presidente, “no exponerlos” al público con sus críticas generalizadas.
Él, ni la marcha, generalizaron: señalaron con su nombre a los que acusan de acomodar
y torcer la información. Y viendo crecer el desprestigio de Semana,
Ella, después rogó en Twitter: “No nos dejen solos…”
La gente grita en las calles, sí. Y de las calles sube
un resquemor contra esos canales que zarandean con descaro a la opinión pública
desprotegida. Porque antes de la última década, no conocimos el bombardeo
constante y masivo que ahora cae sobre nosotros desde los periódicos, la radio,
la televisión y la internet. Aguantamos el impacto de la información en bloque
con un solo punto de vista, y la misma intención. Es una gavilla mediática que
se hizo más fogosa, audaz y visible, desde que la democracia eligió un
presidente con un programa resuelto a “tocar” los bolsillos y los privilegios intocables
de ciertos sectores. No contaron con que la gente descubrió el concierto y
comenzó a rebelarse, reclamando el derecho constitucional a recibir información
veraz. Piensan que la prensa que acusan, es la voz del poder que cierra el paso
a la marcha del cambio.
Una prensa propiedad de inmensas compañías
extranjeras, como Prisa, o de capitales nativos como Sarmiento Angulo, Santodomingo
o Gilinski, que por la enorme diversidad de negocios adentro y afuera del país,
sólo usan el periodismo como una inversión estratégica para incidir en la
opinión pública, proteger sus intereses, y sostener en el poder a sus
serviciales. Por ello la gente carga con el emblema de esos canales por la
calle, desacreditándolos. E insultan a ciertos periodistas por sus nombres: los
que recitan el derecho a la libertad de prensa; no el deber de informar verazmente.
En las marchas del pasado gritábamos frente a los edificios de los diarios: ¡Ahí
están – ésos son –
los que venden la nación! Nos gustaba creer que sus dueños nos escuchaban, y
que podíamos causarles alguna inquietud. E insultamos a sus reporteros de
mierda, claro está. Escuché a los manifestantes de hace días repetir aquello
con menos fe. Saben que no tienen “enfrente” a los propietarios de los grandes
medios para gritarles nada. Que es peor.
Por lo que he dicho y por lo que no, por lo que cada
quien agregue desde su saber y su sentir, me parece cierto que en Colombia hay un
ánimo hostil merecido que cunde contra las empresas de comunicación estampadas en
aquella pancarta llevada entre una multitud. Y creo que tenemos un recurso defensivo
no ensayado en masa: no escuchar esos tipos, no ver esas tipas, no dar clic,
frenar el dedo, y ya. ¡Hay que dejarlos solos!
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