Con Francisco I la Iglesia Católica ha perdido una oportunidad histórica para realmente renovarse y abrirse a la inclusión e igualdad.
Como colectivo latinoamericano en la defensa de los derechos humanos nos alegra el reconocimiento a una región mayoritariamente católica. Pero al tiempo, con tristeza, debemos registrar la elección del Cardenal Jorge Mario Bergoglio - ahora Papa Francisco I -como conductor de una de las principales aglutinadoras de fe en el Mundo.
Estamos en la obligación de recordar que en un pasado no muy lejano cuando se desempeñaba como Arzobispo de Buenos Aires, el nuevo Papa fue un injusto opositor que uso su investidura cardenalicia paraemitir conceptos contrarios al matrimonio entre parejas del mismo sexo y al otorgamiento de derechos plenos a ciudadanos pertenecientes al sector poblacional de lesbianas, gays, bisexuales, transgéneros e intesexuales (LGBTI).
El ahora Sumo Pontífice, dijo que legalizar uniones homosexuales era "movida del Diablo”; mensaje a todas luces homofóbico e injusto sobretodo viniendo de una institución fundamentada en la tolerancia, la comprensión y el amor.
También preocupa su cómplice silencio sobre el robo de menores en los tiempos de la dictadura argentina y otras posiciones fundamentalistas contra la autonomía de la mujer, que en nada contribuyen a la sana convivencia en los tiempos actuales.
Con su elección, el cónclave Vaticano insiste en sembrar el prejuicio y odio contra unas personas que más que el repudio, merecemos la comprensión y la inclusión social en condiciones de igualdad.
Daremos un compás de espera a las acciones del recién elegido Papa, y esperamos que en vez de ver la paja en el ojo ajeno, vea la viga en el propio, y reconozca los errores de una institución eclesiástica sumida en escándalos de abuso sexual por cuenta de curas pederastas.
Ojalá esas virtudes de caridad, austeridad y servicio que dicen tiene el nuevo Pontífice primen frente a sus comprobadas acciones conservadoras en contra de la libertad, la igualdad y la diversidad sexual.
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