Jaime Zuluaga Nieto
Docente Investigador Universidad Externado de Colombia
Sin duda, los resultados de las elecciones del 25 de mayo son desconcertantes y paradójicos. Cuando más sólidamente se avanza y más lejos se ha llegado en la construcción de un acuerdo con las FARC-EP para ponerle fin a la guerra, el electorado “castiga” el proceso votando en mayor proporción por el candidato que encarna la continuidad de la guerra. Pero esos no son los únicos resultados. Y paz o guerra no son los únicos determinantes en la distribución de los votos, hay otros. Por eso conviene dar una mirada de conjunto estas elecciones, antesala de una incierta segunda vuelta.
El resultado de la primera vuelta
El 2014 es un año electoral en América Latina. Panamá, Costa Rica, El Salvador ya eligieron presidentes. Brasil, Uruguay y Bolivia lo harán entre junio y octubre. A diferencia de la situación de algunos de estos países, en los que compiten o compitieron con opción de triunfo grupos de izquierda democrática, en Colombia las corrientes de izquierda democrática no fueron tercería viable. Aquí la presidencia se define entre la derecha: la opción reeleccionista autoclasificada como de centro, y la del Centro Democrático que agrupa a la extrema derecha. En la primera vuelta arrancó en punta, con el 29%, el Centro Democrático, seguido de la Unidad Nacional, la coalición de gobierno, con el 25%.
De las cinco fuerzas en contienda en la primera vuelta dos son críticas de la solución política negociada (Centro Democrático y Partido Conservador, dividido) y tres coinciden en su defensa (Unidad Nacional apoyada por el Progresismo, la coalición Polo Democrático/UP y la Alianza Verde) y se comprometen con la continuación del proceso de negociaciones en curso. Sumadas las dos primeras tuvieron alrededor de 6.1 millones de votos; sumadas las segundas alrededor de 6.3 millones de votos. La división es clara y se refleja en el equilibrio entre las dos candidaturas mayoritarias que pasaron a segunda vuelta. Hay dos diferencias que cuentan y que pueden alterar este relativo equilibrio: al Centro Democrático adhirió el Partido Conservador, fracción no reeleccionista; a la Unidad Nacional no adhirieron el PDA y la Alianza Verde aunque declararon que apoyan el proceso de paz.
Poca atención se ha prestado a lo que pasó con el PDA/UP y la Alianza Verde. Después de un mediocre resultado en las elecciones para Congreso el PDA recuperó espacio político y en su campaña pesaron la propuesta de paz y la demanda de cambio en el modelo de desarrollo. Dos millones de votos son un resultado sorprendente para un partido que manejó tan mal la crisis de la Alcaldía en Bogotá. A su vez la Alianza Verde, con una votación apreciable en las elecciones para Congreso en la que el electorado favoreció la crítica rigurosa a lo que representaron los ochos años de gobierno uribista, tuvo un bajo aunque decoroso desempeño. Probablemente la afectó su candidato sobre el que siempre flotó la impronta de un encubierto uribismo. Sumados los votos de estas dos corrientes, superan los del partido Conservador, dividido, y se acercan a las de los dos candidatos que pasaron a segunda vuelta. La señal es clara: hubo condiciones para una tercería como alternativa cierta y, una vez más, no fueron aprovechadas. Sus programas articulan paz, críticas al modelo de desarrollo, a la corrupción y a las relaciones entre legalidad e ilegalidad en el ejercicio del poder.
En el resultado electoral hay que tener en cuenta una serie de cuestiones: a)- en relación con el proceso de paz, es claro el fuerte rechazo a las FARC-EP por amplios sectores de la sociedad, fruto de sus formas de acción y de la construcción de ellas como enemigo de la sociedad durante la pasada administración. b)- En relación con la seguridad, la concepción de ésta basada en la militarización de la sociedad y en el poder intimidatorio de las armas no sólo produjo “confianza inversionista”, produjo otro tipo de confianza: en una democracia bajo tutela militar, que es lo que hoy reclaman millones de ciudadanos, particularmente de sectores medios de la población; el apoyo a la guerra mueve a sectores muy poderosos que se benefician de ella; muchos otros han terminado por entender que la guerra ha permitido conservar el statu quo y preservado sus privilegios. Estos factores, a y b, ayudan a entender por qué hoy no hay un copioso apoyo a la política de paz. Desde luego inciden otros factores como la ausencia de una pedagogía de paz y ambigüedades del gobierno como la permanente voz del Ministro de Defensa deslegitimándolo. c)- Respecto de la relación centro-regiones, algunas de las reformas, como la del régimen de regalías, le pasaron la cuenta al gobierno desde las regiones. d)- En relación con la política social las incoherencias entre el discurso que dice respetar la oposición, la movilización social y atender las demandas sociales y las políticas que efectivamente se adoptan.
Incidencia del resultado final de las elecciones en el proceso de paz
El triunfo inicial del Centro Democrático es una amenaza para el proceso de paz. Aquí la política de paz no es de Estado sino de gobierno y, por tanto, sujeto a las veleidades de éstos. Un eventual triunfo del Centro Democrático puede acabar con el proceso, así diga estar dispuesto a continuarlo agregándole condicionamientos. Difícilmente un proceso inherentemente complejo, soporta ese tipo de entrabamientos cuando se encuentra tan avanzado y su diseño ha mostrado ser eficaz.
Pero no solamente amenaza al proceso de paz. También a la precaria y maltrecha democracia colombiana: es el retorno del autoritarismo, de la desinstitucionalización, de las alianzas entre la legalidad y la ilegalidad y de la protección de las redes de poder económico y político que se preservaron en el cuestionado proceso de desmovilización de las estructuras militares del paramilitarismo; de la estigmatización y criminalización de los opositores, defensores/as de derechos humanos, luchadores/as por la paz y, muy seguramente, de los esfuerzos por acallar los pocos espacios de justicia que aún hay abiertos para poder absolver o sobreseer a quienes contribuyeron a convertir algunas instituciones del Estado en “empresas criminales”, como con propiedad las llamara en su momento el entonces Fiscal General de la Nación Mario Iguarán.
La reelección del Presidencial garantiza la continuidad del proceso. Es la mejor opción si se está por la salida política negociada, máxime cuando ya se ha avanzado tanto en la agenda acordada. Si el margen de victoria es estrecho, le reduciría hacia el futuro el margen de maniobra para moverse en las negociaciones, como quiera que en éstas es indispensable hacer concesiones de parte y parte. De allí la importancia de un respaldo político fuerte.
Qué pueden hacer los sectores democráticos y la izquierda democrática para contribuir a la salida política negociada de la guerra
Ya se desperdició, por las razones que fueren, la opción de una tercería de izquierda democrática en una coyuntura en la que la derecha se encuentra profundamente dividida. Eso dejó abierto el campo para que la presidencia se defina entre la derecha. Pero el que las opciones en segunda vuelta sean de derecha no significa que no haya diferencias entre ellas. Si no las hubiera, no estarían divididos. Por supuesto que no están divididos en todo: en materia de modelo de desarrollo tienen identificaciones sustanciales, pero en la forma de hacer política y de selección de aliados se dividen. Igualmente en la forma de ponerle fin a la guerra.
Estas diferencias cuentan en el presente y para el futuro. Hoy estamos cerca, como nunca antes, de ponerle fin a la guerra entre el Estado y las FARC-EP y muy seguramente con el ELN. Si ello se logra habrán por lo menos tres ganancias claras para la sociedad. En primer lugar, cesarán las atrocidades de esta guerra degradada que tanto afecta a la población civil. En segundo lugar, el gobierno se verá obligado a realizar las reformas y políticas acordadas en las negociaciones de paz para promover el desarrollo agrario integral, fortalecer la participación política y modificar la política antinarcóticos y lo que se logre acordar sobre el tratamiento a las víctimas. Por su parte las guerrillas, convertidas en movimientos políticos, tendrán que comprometerse con estas políticas y reformas y asumir sus responsabilidades ante el país. Por último, cambiarán radicalmente las condiciones para el desarrollo de las luchas sociales y políticas, desaparecerán los factores que han servido de pretexto para criminalizarlas y estigmatizarlas como expresiones de la subversión. Igualmente los sectores sociales dejarán de estar bajo la presencia intimidatoria de las armas de los grupos guerrilleros. Todo ello favorecerá a los sectores democráticos y de izquierda democrática para desarrollar la acción política con renovadas fuerzas y acercarse a sus objetivos de transformación y democratización de la sociedad.
No es la primera vez, y no será la última, en la que alianzas entre derecha e izquierda sirven para derrotar el extremismo de derecha militarista. Hoy debemos evitar retrocesos y abortar las posibilidades ciertas de salir de la guerra uniendo las fuerzas de todos los que, coherentemente, le jugamos a la salida política negociada. Eso nos une, otras cosas nos distancian. En un contexto de posconflicto armado habrán nuevas condiciones para confrontar esas diferencias de manera civilista. Tomado de Caja de herramientas - Viva la ciudadanía. Edición N° 00401 – Semana del 30 de Mayo al 5 de Junio – 2014
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