Por Jaime Lustgarten
Cuando se analiza el origen de la violencia colombiana y se interroga cómo ésta se reprodujo y cómo creció en más de cincuenta años de historia colombiana, nos vemos enfocados a ver sin equívocos que entre sus causas principales está la falta de justicia. En efecto, no solo se debe mirar la cara de la moneda del este conflicto interno, sino que tenemos que hurgar el panorama complejo de su fenomenología desde el inicio de las hostilidades hasta su desarrollo posterior y los matices cambiantes en las distintas coyunturas presidenciales en que se han presentado intentos fallidos de solución negociada en camino a la anhelada paz.
La reacción de los distintos actores del conflicto es de afectación de los derechos de ciudadanos inocentes y de las miles de personas muertas violentamente, tanto de las fuerza públicas como de humildes campesinos, ganaderos, empresarios, trasportadores, alcaldes, concejales, gobernadores, ministros y jueces; en fin a todos los estamentos de la sociedad de un país que ha sufrido por las recurrentes guerras fratricidas que es hora que se termine para bien del progreso de la sociedad colombiana, cuya historia ha sido recreada por los violentólogos y novelistas como Gabo en Cien Años de Soledad.
Desde los albores de esta violencia ha corrido mucha agua ensangrentada por los ríos de la patria, y digo esto desde la óptica de un humilde observador metropolitano, pues hasta que aparecieron los paramilitares en la década pasada, existieron variedad de actores que defendían o atacaban a quienes peleaban por la tierra, y desde esa óptica citadina y alejada del núcleo del conflicto como veedor siento que hemos sido todos objetos de una desinformación, o una tergiversación de los hechos desde todos los ángulos por los actores del conflicto.
Es que la guerra se ha peleado desde distintos escenarios y posiciones, creando en el colombiano común y corriente una distracción o una desinformación. Este engaño no viene solamente de la guerrilla, de los paramilitares, de los distintos gobiernos y partidos políticos, desde el congreso o las mismas fuerzas militares. Por lo que es muy obvio que en esta guerra los mismos medios de comunicación informan a veces las cosas desde sus perspectivas y conveniencias. Tal vez por ese torbellino complejo ha sido tan difícil detener el derramamiento de sangre y sentarse a conversar de cara a la verdad y justicia.
Creemos que los enemigos de la paz no son solamente los que se pelean en los distintos escenarios del conflicto interno, sino que somos todos cuando creemos que no hay solución posible por un escepticismo generalizado. Digo esto no para apoyar al gobierno del presidente Juan Manuel Santos, sino precisamente por creer que la paz está siendo politizada para asegurar su reelección, y que tengo la convicción que el mejor servicio que le prestaría al país su presidente es renunciando a ese derecho reeleccionista por el voraginoso apoyo que le ofrece la FARC a su reelección. Porque es muy difícil convencer al pueblo colombiano que la guerrilla no negocia la paz con ventajas y que la guerrilla está dispuesta a renunciar a las armas y someterse a la justicia colombiana en los casos que así lo amerite en el ejercicio de la justicia y la ley, ya que todo lo contrario emana en declaración de la figuras de la guerrilla desde la Habana, Cuba.
Vale la pena negociar de cara a la verdad en un dialogo sincero y franco, sin ventajas alguna y sin la injerencia de las elecciones con lo que cada cual debe deponer a lo que debería aspirar para hacer viable el proceso de paz con la restitución de la justicia y derechos de las víctimas, son los dos elementos que no pueden ir por separado. Este contexto ideal tiene que estar acompañado por la voluntad de hacer una reforma que garantice la mayor equidad en la distribución de la tierras agrícolas y para que el Estado apoye al campesino que trabaja y cultiva la tierra, por lo que este proceso debe conducir a una reforma agraria que extinga por siempre las causas de esta violencia que se remonta a los tiempos de la conquista española.
Pero no para expropiar tierras de manera injusta, sino para que haya facilidades para los campesinos para adquirir la tierra y herramientas para trabajar con el fin de elevar la productividad agraria y prosperidad social. Tampoco esa paz sería válida ni posible si quienes han luchado por destruir nuestra democracia, asesinando y secuestrado inocentes, comercializado sustancia prohibidas, cometido actos de terrorismos, puedan el día de mañana disfrutar de las fortunas hechas a la sombra de la ley y en total impunidad.
Se debe excluir la posibilidad de un perdón que pase por encima de las víctimas del conflicto, y que permita en aras de una paz de soberbios que se logre la impunidad total, cosa que los alzados en armas o los paramilitares, o miliares corruptos puedan gozar los unos o los otros del fruto de sus fechorías.
No creo que el colombiano común este de acuerdo con este proceso de paz que se desarrolla con la estrategia de negociación secreta entre gobierno y subversión, la que debería ser abierta a la luz pública, pues como están las cosas con la ofensiva militar de la FARC y el deterioro de la seguridad se puede vender la idea equivocada como en la época de Andrés Pastrana y Tirofijo, que la paz es un hecho a la vuelta de la esquina cuando la realidad resultó ser lo contrario.
Las encuestas están mostrando que la gente no cree en el proceso de paz, aunque si deseamos todos que fuera posible lograrla, y por eso cunde el fantasma de un nuevo engaño al país. No debemos olvidar que la guerrilla no tiene nada que perder y si este gobierno busca la reelección con un costo que pagará la estabilidad lograda y pone en peligro el crecimiento económico que se ha conseguido en esta última década. Este gobierno de la Unidad Nacional con su eslogan del Buen Gobierno, descaradamente ha pedido que se reelijan sus políticas prestadas de gobiernos populistas que hipotecaron su desarrollo, como si estas estuvieran aisladas de las ambiciones del presidente y de quienes lo acompañan.
Me pregunto: ¿Debe la paz necesariamente conducir a permitir sentar en el congreso o el gobierno a asesinos de inocentes?, ¿Cuál será el precio que pagaremos todos por la paz? Todos sabemos de manera directa o indirecta el precio que ya hemos pagado por esta guerra fratricida. No solamente en el volumen de muertos, secuestros, menores de edad forzados a participar en el conflicto, destrucción del medio ambiente, infraestructura nacional y recursos públicos. Ojalá que se pudieran detener las masacres y la extorsiones, la violación sistemática de los derechos humanos. ¿Pero qué precio pagaremos los 45 millones de colombianos a los diez o veinte mil hombres armados que luchan contra el estado? Pueden pintarlo como quieran y dibujar las cosas de mil maneras, pero al final el peor enemigo de la paz seguirá siendo la injusticia y la impunidad.
Quisiera saber: ¿Qué propone la guerrilla al país, a cambio para empezar a pagar su deuda material y moral? ¿O es que la guerrilla piensa que le ha prestado un buen servicio a la patria con su lucha fratricida? Por ello es que se necesita un proceso de paz de cara al país con todas las bases sociales del conflicto, y no en una coyuntura electoral.
El error histórico ha sido pensar que un proceso se trata simplemente de la desmovilización de unos grupos, sin pensar en transformar los territorios, sin pensar en cambiar radicalmente las condiciones en el terreno.
...en La Habana estamos construyendo unos acuerdos que serán la base de la transición. Pero esos acuerdos solo establecen el ‘qué’. Para el ‘cómo’ se van a hacer las cosas en el terreno, con qué prioridades, no las van a decidir el Gobierno y las Farc, eso lo va a decidir toda la ciudadanía en las regiones, en un gran ejercicio de participación y construcción conjunta de la paz en una fase posterior de transición.
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