Bogotá, mayo 05 de 2016. Muy pocos relacionarían una hermosa cascada de agua cristalina con el contaminado y gris Río Bogotá. Pero la verdad es que el paraíso natural llamado Páramo de Guacheneque, ubicado en el municipio de Villa Pinzón, es el nacimiento de este río, que bordea la capital de Colombia y recibe más de 100 vertimentos de desechos de urbanizaciones e industrias.
El páramo hace parte de una reserva forestal resguardada por la CAR y la gobernación de Cundinamarca. Es la parte alta de una imponente montaña, que alcanza los 3.300 metros sobre el nivel del mar.
La reserva cuenta con tres cuerpos de agua conectados entre sí. El primero de ellos es la laguna de Guacheneque, rodeada de frailejones y especies nativas del páramo. El mito cuenta que las jóvenes bellas que se acercaban demasiado a su orilla eran poseídas por un espíritu hipnótico que las hacía hundirse y perderse para siempre.
Los frailejones son los guardianes silenciosos de esta reserva, quienes atraen entre sus hojas abejorros y pequeños insectos. Son esponjas naturales de agua.
Los españoles talaron cientos de frailejones al pelear por estas tierras, pues tenían la idea de que la sombra proyectada de estas plantas era parecida a la de los soldados campesinos independentistas. Ese daño ambiental es irreparable, pues cara frailejón crece apenas un centímetro por año.
La biodiversidad que alberga esta reserva es rica tanto en animales como en plantas. Coloridas flores como esta toman la humedad de la atmósfera gracias a su figura, que asemeja una copa.
Un pequeño reptil mira expectante a los visitantes de la reserva, que ascienden por un camino empedrado hacia el lugar más alto del páramo. Si se camina con cuidado, especies tímidas como las mirlas o hasta las águilas pueden mostrarse en todo su esplendor.
Dos grilitos románticos y coloridos también salen al encuentro de visitantes entre los pliegues de este gran frailejón.
La neblina propia de este ecosistema es agua condensada que gota a gota va nutriendo los tallos y las hojas, que a su vez alimentan los nacimientos de agua que se convierten en ríos, parte fundamental de la vida (incluida la humana).
El segundo cuerpo de agua que hace parte de esta cadena de vida es la laguna El Mapa, que debe su nombre a que parece el mapa de Colombia. A su lado se encuentra un pequeño bosque de pinos, especie traída por los españoles y nociva para los páramos. Un pino puede consumir 150 litros de agua por día.
A medida que se va ascendiendo, los visitantes se van adentrando en una montaña con riachuelos de agua pura.
Un par de metros más adelante se encuentra una de las cascadas más bellas que puede ofrecer la naturaleza: El Salto de la Nutria, que debe su nombre a que en la antigüedad era común ver a estos mamíferos bañándose alegremente en estas aguas. Pero la cacería y la mano del hombre las alejó del nacimiento del río.
Los visitantes y turistas pueden echarse un chapuzón en el salto. Se advierte que el agua es hermosa pero muy fría, solo para valientes.
El final del recorrido está el Mirador del Oso, desde el que se puede ver en plenitud la salvaje naturaleza de este territorio. No apto para quienes le temen a las alturas.
La montaña despide a los viajeros con un colorido espectáculo de musgo multicolor, que crece naturalmente en las rocas de las montañas. La fundación Humedales por Bogotá realiza salidas periódicas a este páramo y a otros humedales de gran importancia ecológica. Para agendarse, comuníquese con info@humedalesbogota.com.
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