sábado, 28 de febrero de 2015

La tragedia de las FARC

Fernando Dorado
Activista social



El llamado “proceso de Paz” entra en fases definitivas. El gran dilema de la dirigencia de las FARC es entender la lógica de las clases dominantes colombianas. Sólo así podrán salirse del libreto trazado y no hacerles el juego. A esa elite plutocrática sólo le interesa garantizar la rentabilidad de sus inversiones y hacer apariencia de democracia. Nada más. Es su obsesión y su razón de ser. Lo demás es retórica, trampa, estrategia, mañas y truculencia.

En Colombia la oligarquía muy pocas veces llama a la reconciliación. Ahora lo hace no porque quiera sinceramente la “Paz”. Es la economía la que obliga. Dice Estanislao Zuleta en su obra donde analiza la obra de Shakespeare: “Lo terrible es que también la petición de reconciliación se puede aprovechar como un arma para el combate”1.

Siempre ha sido así. Desde sus orígenes la casta dominante que se formó en Colombia cimentó una naturaleza criminal especial: es psicópata y bipolar. Ha usado la doble personalidad para engañar a las clases dominadas. Una para tender la mano, otra para blandir el garrote y el puñal. Lo hicieron con los indios que resistieron la invasión. Lo repitieron con los alzamientos de negros esclavos. Lo perfeccionaron en la “Revolución de Los Comuneros”: mientras el Arzobispo Caballero y Góngora negociaba con los rebeldes en Zipaquirá, las fuerzas de la represión ejecutaban sobre seguro y a traición a José Antonio Galán.

Un tiempo después, a la sombra de falsos llamados a la paz y reconciliación, acosaron a Bolívar hasta llevarlo a la depresión y la muerte. Más adelante obligaron al exilio al General José María Melo, asesinaron al coronel Avelino Rosas y a Rafael Uribe Uribe. Lo mismo ocurrió con Jorge Eliécer Gaitán. Y luego masacraron a los guerrilleros liberales desmovilizados a finales de los años 50s del siglo XX. Y en la década de los 80s asesinaron a cuatro candidatos presidenciales de la oposición política y a miles de sus militantes.

De acuerdo a Estanislao Zuleta en su análisis sobre el Poder, en éste… “sólo hay dos cosas: producir temor y halagar intereses”2. Así lo han hecho en Colombia. “A Dios rogando y con el mazo dando”. Siempre han tenido figuras políticas para desempeñar ambos papeles: Laureano Gómez y Alfonso López Pumarejo en los años 30 y 40; Turbay Ayala y Belisario Betancur en los 80s; Cesar Gaviria y Andrés Pastrana, por un lado y Ernesto Samper, por el otro, en los 90s; y ahora, Uribe y Santos. Uribe es el que genera miedo y temor, Santos halaga intereses para cooptar al “movimiento democrático”. Es la misma fórmula con nuevas figuras. Es un libreto conocido.

La receta les ha dado resultado porque las fuerzas democráticas no han logrado desentrañar esa lógica. Hemos respondido en forma programada: o el levantamiento provocado y fácilmente controlable, o la conciliación cortesana y resignada. Ante lo malo y lo peor, como ocurrió el año pasado, tuvimos que escoger “lo menos peor”. Por eso, en medio de su confusión algunas fuerzas democráticas justifican esa decisión tratando de lavarle la cara a Santos. Hacen pactos a espaldas de la sociedad supuestamente para garantizar la “Paz” y le generan ilusiones “reformistas” al pueblo. Caen en la trampa de creer en la existencia de una “burguesía progresista” y otra “reaccionaria”. Con esa idea los sectores populares se han puesto a la cola de la oligarquía.

La decisión correcta es “cogerle la caña” a una de esas personalidades para demostrar que son una sola entidad. No porque sea una mejor que la otra, sino porque una de ellas representa para nosotros la oportunidad de avanzar. Hasta ahora sólo Jorge Eliécer Gaitán logró diseñar otra respuesta política y derrotarlos en su terreno: las elecciones. Por eso lo mataron a mansalva. Él falló en que no creyó que fueran tan crueles y asesinos. Su fórmula fue apoyar desde su autonomía a López Pumarejo y Eduardo Santos, participando en su gobierno, con el único objetivo de construir su PROPIA FUERZA. Sin embargo mantuvo grandes distancias con la orientación política de esos gobiernos y renunció a su cargo de Ministro de Trabajo y Educación (respectivamente), cuando desde la presidencia le bloquearon sus propuestas. Así avanzó en la construcción del “movimiento gaitanista”. Fue una obra de arte.

El año pasado (2014) una parte de las fuerzas democráticas y la misma insurgencia apoyaron a Santos en las elecciones. Lo hicieron pero sin estrategia. El error no es haberlo apoyado, fue hacerlo sin decisión y seguridad. Se actuó en forma vergonzante cuando lo que había que hacer era seguir el ejemplo de Gaitán. Exigirle a Santos participación en su gobierno y al calor de esa exigencia, hacer conocer al pueblo y a la sociedad nuestras propuestas transformadoras. Así supiéramos que no nos iban a dar participación, había que cobrar públicamente esa ayuda. Se trata de enfrentar al gran capital en su terreno, sin temor, con decisión y firmeza.

La tragedia de las FARC

¿Cuál es la tragedia de las FARC? Que ellos finalmente se dieron cuenta que la guerra sólo beneficia a las clases dominantes. Que la acción armada está agotada. Que les llegó el momento de cambiar la forma de lucha. El problema es que ellos no pueden aceptar que después de tanto sacrificio, su desmovilización no se concrete en conquistas sociales y económicas para el pueblo. Y por ello tratan de hacer malabarismos para conseguirlo.

Pero el verdadero problema es otro. Su lucha – por más heroica que haya sido – se basaba en fundamentos equivocados. Se le quiso “hacer la revolución al pueblo”. Entregarle la victoria como por encargo sin que éste se lo hubiera pedido. Ha sido un sacrificio individual o de grupo aislado de las masas. La verdadera acción revolucionaria no es hacerle la revolución al pueblo. La tarea es organizar a ese pueblo para que él mismo haga “su propia revolución”. Allí está la matriz equivocada.

Hoy – si continúan en la dinámica en que están en La Habana – van a seguir en lo mismo: manteniéndose en el marco de un levantamiento controlado y relativamente marginal o, conciliando con la burguesía una falsa democracia en el marco de una “Paz perrata”3 (http://bit.ly/18u7aWh). Terminarán, como ha pasado en todos los “procesos de Paz” en Colombia, haciéndole el juego a una oligarquía que llama a la reconciliación cuando prepara la traición. En este caso la felonía no es contra los dirigentes de la insurgencia porque ya no necesitan desaparecer o asesinar a ningún guerrillero desmovilizado. La oligarquía sabe que éstos – por más que se esfuercen –, no van a poner en peligro sus intereses porque el grueso del pueblo no los va a seguir.

La “traición” ya no va a ser para los que hagan la “paz”. La trampa consiste en que a la sombra de la “falsa Paz” introducen “sin dolor”, la segunda fase de la globalización neoliberal. Es lo que estamos viendo con la propuesta de Plan Nacional de Desarrollo planteado por el gobierno Santos al Congreso de la República. La mayor parte del presupuesto lo ponen al servicio de las inversiones de las grandes empresas transnacionales en minería, infraestructura vial y energética, y agro-negocios. Es una bofetada a cualquier proceso de Paz serio, creíble y sostenible.

Y es por ello que la dirigencia de las FARC debe pensar en entregar la posta a nuevas generaciones. No se trata de que se jubilen o renuncien a la lucha, pero sí es hora de revisar más a fondo su práctica. Tienen necesariamente que aceptar su derrota política para poder entregarle al pueblo colombiano una lección que nos sirva hacia el futuro. Sin lavarle la cara al gobierno, sin prestarse a componendas pacifistas que ocultan la verdadera violencia colonial e imperial, oligárquica y capitalista.

De ese replanteamiento tendrá que surgir una nueva política. Posiblemente ya no en cabeza de ellos. Las nuevas generaciones están ávidas de que se les suelte la rienda. Nuevos movimientos políticos están apareciendo por doquier. La juventud necesita una buena asesoría, de gente veterana que acepte que su momento ya pasó y que con humildad se ponga al servicio de nuevas miradas y mejores prácticas, verdaderamente democráticas y colectivas.

Ahora necesitamos una política de nuevo tipo. Una nueva forma de acción política. Que recoja el valor y la entrega de los luchadores de la UP y el partido comunista. Que recree la ética, la transparencia y la cultura ciudadana que mostró Mockus en su momento sublime de la primera alcaldía de Bogotá. Que retome la claridad conceptual de carácter democrático que era la principal carta del Carlos Gaviria de 2006. Que explote la defensa de lo público y la capacidad de riesgo que ha demostrado Gustavo Petro. Pero que supere esa dinámica dispersa y desintegrada. Que convierta todo ese importante legado en un nuevo movimiento que lleve a la sociedad colombiana a entender que todos “Somos Ciudadanos” y que unidos, podremos cambiar y transformar este país.

La tragedia de las FARC consiste en que navega en un barco que ya no controla y les da temor tirarse al mar sin salvavidas. Si lo hacen, si se lanzan a la acción política civilista con humildad – tal vez –, el pueblo les ofrezca un flotador. Pero ya no será el de ellos, será el de un pueblo que aprende de ese esfuerzo fallido que desconoció el principal legado de Marx: “La emancipación de los trabajadores es obra de los trabajadores mismos”4.

La tragedia de las FARC puede convertirse en comedia y drama. De ellos depende que su desmovilización e ingreso en la lucha política abierta y legal sea un paso que le permita a nuevos actores políticos lograr lo que ellos no pudieron: conseguir que el pueblo y la sociedad se apropien plenamente de la actividad política y la pongan al servicio de las mayorías.

http://aranandoelcieloyarandolatierra.blogspot.com/2015/02/la-tragedia-de-las-farc.html#.VO3NrTuEyE4 Tomado de: Caja de herramientas, Edición N° 00436 – Semana del 27 de Febrero al 5 de Marzo – 2015

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