sábado, 31 de mayo de 2014

Y de pronto… ya no es relevante la confianza inversionista

Jaime Alberto Rendón Acevedo
Centro de Estudios en Desarrollo y Territorio Universidad de La Salle



Sin duda alguna esta campaña electoral ha sido la más rara de todas. No solamente han desaparecido los grandes temas, en apariencia las preocupaciones sobre el acontecer diario de nuestras vidas, sino que en medio de escándalos, ilícitos y cualquier cantidad de actos propios de quienes tiene una ética y una moral al servicio de su ego, la gente ha salido a votar a plena consciencia: si en efecto, se votó con criterio, pero ante todo sin importar que por quien se votara estuviera cuestionado, ya investigado, que detrás de él existiera un manto de dudas, de personajes sombríos. Ni modo, parece que a buena parte de la población le gusta que alguien hable duro, que “sea verraco” y enfrente al que sea, aunque ello implique lo que ya ha sucedido.

Colombia es un país de tradiciones, donde las buenas maneras y costumbres hacen gala de buen comportamiento. En la economía esto ha sido una constante, hemos preferido cualquier cosa menos a dejar de cumplir con nuestros deberes, por ejemplo el pago de las deudas o los compromisos adquiridos con los organismos multilaterales. Con el advenimiento de las reformas estructurales, las aperturas, los TLC y demás artilugios para el libre mercado, hemos implementado las más bondadosas políticas para posibilitar la Inversión Extranjera Directa y la presencia de empresas transnacionales en el país. Para ello, el entonces presidente Uribe, diseñó mecanismos como los acuerdos de estabilidad jurídica o diferentes exenciones tributarias, entre otras, con las cuales concurrimos como sociedad a la protección de estos grandes capitales.

Ante esto, obviamente, ganamos una gran presencia en los contextos internacionales. Nos convertimos en un país que no solo garantiza altas tasas de ganancia para las empresas extranjeras (y las grandes nacionales claro está) sino que toda su estructura estatal se rediseñó para facilitar el desenvolvimiento económico de estos grandes capitales. De hecho fuimos de los pocos países de América Latina, por no decir el único, que no implementó controles a los mercados de capitales posibilitando la revaluación de la moneda; nos hemos hecho felicitar por el FMI y con todo esto nos convertimos en una especie de paraíso para los inversionistas.

Desde el Gobierno de Pastrana ha sido así, Uribe lo que hizo fue profundizarlo (todos dos con la ayuda de Martha Lucía Ramírez) y Santos aunque de manera tímida, como todo lo suyo, ha matizado en algunas cosas, fundamentalmente en lo que tiene que ver con nuevos acuerdos de zonas francas o estabilidad jurídica.

Siempre se nos ha dicho que todo esto, ser buenos y no generar escándalos, como la renegociación de los contratos de hidrocarburos en Bolivia o la expulsión del Banco Mundial del Ecuador tras demostrárseles que estaban especulando con la deuda externa; era la mejor estrategia para que se nos considerara como un país serio, para que los inversionistas encontraran en este país un lugar de inversión y tras ello, lograr la generación de empleos, la transferencia de tecnologías y conocimiento. Siempre nos hemos preocupado por el qué dirán de nosotros, y en economía esto ha sido una constante histórica.

Por esto, el tema de la confianza inversionista se convirtió en un propósito nacional. Las élites respaldaron el discurso uribista y toda la sociedad empezó a marchar en torno a lo que deberían ser las facilidades que se les daría, a generar las condiciones óptimas para que el país fuera considerado un lugar de inversión, con reconocimiento mundial. Nadie, absolutamente nadie, debía salirse del libreto. Cualquier palabra mal dicha, cualquier acto irreverente, fue considerado traición.

Y ahora, ante las necesidades de poder, cuando la lucha por la presidencia no es fácil, todos aquellos discursos se han olvidado y, por el contrario, las huestes uribistas con el mismo Patrón a la cabeza, han salido a dar lo mejor y peor de si, a mostrar al país como infantil, a decir que se acabará la propiedad privada, que Colombia ya hace parte de una endemoniada conspiración comunista internacional y Santos, de un momento a otro se ha convertido en el artífice de tan macabro proceso. Qué tontería la de ellos pero es peor aún nuestra ingenuidad.

Pero ellos como decía Jaime Garzón, los adalides de la democracia y las buenas costumbres, actúan para la defensa de país, ellos son los salvadores, sus palabras asesinas son propias de quien ama y protege, no tienen ningún otro propósito. Nosotros deberemos agradecer semejantes favores. Sin embargo ya es hora de preguntarnos ¿Y qué pensarán los inversionistas internacionales?

Inicialmente, sentirán pánico, mientras llega el nuevo Gobierno, le ponen trabas al proceso de diálogo, los capitales emigrarán y la revaluación seguirá golpeando a la industria, al campo y a todos. Se asustarán los inversionistas por un probable recrudecimiento de la violencia mientras las partes se muestran los dientes, el armamento y la gran capacidad para hacernos daño.

Luego, pasados un par de años y un proceso constituyente, se volverán a generar más y mejores medidas para los inversionistas que retornarán con ahínco a recuperar el tiempo perdido. El presidente Zuluaga, mostrará resultados y una renovada confianza del capital. Él ya sabe de eso, por eso lo eligieron el mejor ministro, como a todos, que bien le dijo Santos. No fue por algo diferente: por obediente y dadivoso. Las FARC volverán a lo único que saben hacer: más daño. Seguimos a expensas de unos y otros, desde hace algunos años, muchos para mí, son las FARC quienes han decidido quien preside a este país.

Así, con uno más mesurado (Santos) que los otros (Uribe – Zuluaga) el modelo de desarrollo y en particular el modelo económico no cambiará, seguiremos por la misma senda que nos ha sido trazada desde sitios diferentes. Hoy estos “debates” tan mezquinos hacen que el capital este alerta, pero a los protagonistas los tiene sin cuidado que su actuar los haga ver como simples gamonales de una república banana. Pero el día pasará, el sol volverá a salir y seguiremos postrados revolcándonos en nuestras propias miserias, mientras en el poder se reparten lo que a todos pertenece.

Por esto, no por otra cosa, prefiero que las negociaciones sigan su curso, que logren culminar, espero, con éxito, y el conflicto deje de contar con un actor de mucho peso. Mi voto será entonces una apuesta por la negociación política del conflicto, y ante todo, para evitarle al país, algunos, muchos años de dictadura uribista disfrazada de verraquera paisa.  Tomado de Caja de herramientas - Viva la ciudadanía.Edición N° 00401 – Semana del 30 de Mayo al 5 de Junio – 2014

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