lunes, 29 de agosto de 2011

¿Diego Felipe, un falso positivo?


por Antonio Sanguino

Lo que nos faltaba. Que en nuestras propias narices, en la calle 116 con Avenida Boyacá de Bogotá, ocurriera lo más parecido a un “falso positivo”. Acaba de conocerse el examen de medicina legal del cadáver de Diego Felipe Becerra. Se confirma que en las manos de este muchacho de 16 años, asesinado por un agente de la policía metropolitana, a cambio de pólvora se encontraron rastros de pintura con la que cometía el único delito que se le podía imputar: darle rienda suelta a su imaginación haciendo grafitis en las paredes de la ciudad.
Me ha sorprendido el silencio del gobierno distrital. Porque si algún escándalo contribuyó enormemente al descrédito del gobierno Uribe ese fue el de los falsos positivos. Se ha dicho que el sistema de recompensas ideado por las Fuerzas Armadas y la presión por resultados constituyen el origen de esta criminal invención criolla. Que un permiso, una bonificación en dinero o un ascenso justificaron los asesinatos cometidos calculada y premeditadamente por agentes del Estado. Había que mostrar “positivos” como se dice en el argot militar. Y si estos eran “dados de baja” mucho mejor. Que fueran falsos poco importaban.
Me dirán que es exagerado calificar este caso como “falso positivo”. Que con Diego Felipe no hubo un móvil económico que indujera al agente de policía a cometer el crimen. Pero en cualquier caso el resultado es el mismo. Porque si el agente logra convencer a todo el mundo con su versión no sólo evita la acción de la justicia. También recibe el reconocimiento social. Sobre todo ahora que los indicadores de atracos a mano armada y de inseguridad en general siguen disparados.
Me resisto a creer que la presión por resultados a los que están sometidos los miembros de la policía incida en este tipo de episodios. Creo más bien que existe en el imaginario de nuestros agentes de policía una animadversión a todo aquello que se considera por “fuera del orden”. Una noción del “orden” que vuelve sospechoso al que pinta las paredes, al que usa el pelo largo o al que práctica “skater”. Un “orden” en el que no caben los jóvenes de carne y hueso. Los que habitan y recrean la ciudad.
Porque si fuera cierto que Diego Felipe no estuviera “grafitiando” sino participando de un acto delictivo como lo dijo el agente de policía, también resulta criminal dispararle por la espalda como lo indican los exámenes practicados. La sociedad ha reaccionado. Las fibras ciudadanas son cada vez más sensibles a hechos de violencia. Y los mandos policiales han decidido responsablemente investigar y castigar con prontitud. Saben que la severidad respecto al responsable de este hecho contribuye a su no repetición. Y así empieza la reparación.
Hay que hacer más. Transformemos las mentalidades de nuestros policías respecto a esa rica y diversa amalgama de jóvenes que nos habitan e interpelan. Y su concepción del orden. Y si revisáramos los indicadores de desempeño de la policía quizás evitamos una versión capitalina de los tristemente celebres “falsos positivos”.

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